http://elpais.com/elpais/2012/03/21/opinion/1332357741_967769.html
Paz, partición y paridad
La historia muestra que Israel es
un país colonialista y los palestinos un pueblo en lucha contra esa
colonización. Volver a llamar a las cosas por su nombre es la única forma de
colaborar en la reconciliación
En Givat Ram, la colina de Ram,
que se levanta en la parte occidental de la ciudad de Jerusalén, han construido
la sede de varios ministerios, la Knesset, algunas secciones de la Universidad
Hebrea y el Banco de Israel. En el verano de 1963, un grupo muy poco
convencional de estudiantes se matriculó en un curso, también muy poco
convencional preparado por el Departamento de Ciencias Políticas de la
Universidad Hebrea. Dicho curso, patrocinado por el CoGS (Chief of the General
Saff), tenía como objetivo principal adiestrar al Ejercito en el control de
Cisjordania cuando —llegado el momento— se ocupara militarmente. El plan —cuyo
nombre en clave era Shaham— dividía a Cisjordania en ocho distritos con el fin
de facilitar la aplicación sobre ellos de una normativa estrictamente militar.
Detrás de este plan se hallaban los miembros de la sección legal del Ejército,
algunos profesores de la Universidad Hebrea y unos cuantos oficiales del
Ministerio del Interior. En mayo de 1967 el mencionado plan se puso en marcha
permitiendo que los respectivos gobernadores militares de cada uno de estos
ocho distritos pasaran a ser lo que el coronel Elimech Avner no tuvo reparos en
calificar como “monarcas absolutos” pues, desde el principio, no dudaron en
aplicar las regulaciones de la normativa militar enteramente a su gusto. Por
cierto, muchas de estas regulaciones habían sido introducidas durante el
mandato británico y —en aquella época— habían sido calificadas como “nazis” por
los propios líderes sionistas. Una de ellas, la 110, permitía a los
gobernadores detener y llevar a comisaría a cualquier ciudadano palestino que
el gobernador considerara molesto, o la 111, que permitía un arresto
administrativo que como tal arresto podía prolongarse durante un periodo ilimitado
sin necesidad de dar explicación alguna o ni siquiera juicio. Claro que cuando
lo había tampoco les servía de mucho pues los jueces eran todos militares y no
disponían de formación legal. Por otra parte, los tribunales estaban formados
por uno, dos o tres jueces y, este último, tenía la potestad de condenar a
muerte o de aplicar la cadena perpetua. Resumiendo: lo que las sucesivas
generaciones de gobernadores israelíes pusieron en marcha gracias a estas
regulaciones fue la mayor prisión conocida hasta entonces en todo el mundo, una
prisión que encerraba a más de un millón y medio de personas —hoy casi cuatro—
que intentaban sobrevivir dentro de sus muros.
Esta inhumana decisión de
condenar de por vida a tantos seres humanos fue tomada por el Gobierno israelí
número 13 en pleno y representa el máximo consenso logrado nunca entre todos
sus componentes: desde los socialistas del MAPAM a los revisionistas de Menájem
Beguin o las distintas facciones de los laboristas sionistas: lo que toda esta
gente decidió entre junio y agosto de 1967 se convirtió en la piedra angular
del devenir histórico de Israel y no se tambalearía ni con la primera ni con la
segunda Intifada, el proceso de Oslo o la Cumbre de Camp David en 2000. Y
debido a que la decisión tomada entonces refleja perfectamente la visión
sionista del presente y del pasado de Palestina como la de un Estado
exclusivamente judío, la única forma en que podríamos desafiarla es
cuestionando la validez de la ideología sionista. Esta ideología defiende sobre
todo dos principios esenciales: el esfuerzo de controlar al máximo la Palestina
histórica y el de reducir —también al máximo— la población palestina. O dicho
de otra forma: se trata de conseguir el máximo de tierra con el mínimo de gente
(palestina).
En el año 1948 se consiguieron
—casi— los dos objetivos. Esta victoria fue el resultado de una serie de
circunstancias históricas y —cómo no— de una victoria en toda regla sobre las
muy mal pertrechadas tropas palestinas. Como resultado de esta victoria, la
mitad de la población palestina tuvo que salir huyendo, la mitad de sus
ciudades y aldeas quedaron destruidas y el 80% de la Palestina histórica fue
ocupada por el Estado Judío de Israel. Testigos de ese drama: la comunidad
internacional, los representantes de la Cruz Roja, de la prensa occidental y el
personal de las Naciones Unidas. Pero Occidente no parecía tener demasiado
interés en saber lo que estaba pasando: sus élites políticas decidieron ignorar
los informes en el mismo momento en que la comunidad internacional empezaba a
considerar la colonización como una práctica inaceptable propia de tiempos
pasados.
No en el caso de Palestina: el
mensaje transmitido por nuestro muy civilizado Occidente fue claro: la
desposesión de los palestinos y la práctica ocupación de la totalidad de su
territorio era no solo legítima, sino también aceptable. En cuanto a Israel, casi
la mitad de los ministros presentes en las reuniones previas y posteriores a la
guerra de 1967 eran veteranos de la limpieza étnica practicada en Palestina en
1948, antes de la creación del Estado de Israel. Algunos incluso formaban parte
del pequeño comité que tomó la decisión de expulsar a casi un millón de
palestinos, destrozar sus ciudades y pueblos e impedir por todos los medios su
regreso. Otros, incluso, habían sido los generales u oficiales de la maquinaria
militar que llevó a cabo estos crímenes…; todos ellos pensaron que en 1967
volverían a tener carta blanca, que podrían volver a aplicar la misma limpieza
étnica que tan buenos resultados les había dado en 1948, pero…
No pudo ser debido, sobre todo, a
dos buenas razones. La primera se refería a la tierra, ya que, según la Ley
Internacional, Cisjordania y la franja de Gaza eran territorios ocupados; la
segunda, a la población: si no conseguían expulsar a todos los palestinos
tampoco aceptarían su integración.
Estas dos “buenas razones”
llevadas al terreno de la práctica dieron lugar a una realidad inhumana: la
invención de un tipo nuevo de prisión o panóptico que —según la descripción
realizada por el filósofo Jeremy Benthan— se trataría de una prisión diseñada
para permitir que los guardias vieran a los prisioneros pero los prisioneros
nunca los vieran a ellos. Es decir: en 1967 la decisión tomada por el Estado
sionista de Israel fue la de encarcelar de por vida a los habitantes de
Cisjordania y de la franja de Gaza en algo parecido a un panóptico, una enorme
prisión al aire libre impuesta sobre la población en su conjunto y no sobre
unos supuestos culpables. Esta prisión al aire libre permitía desde luego
cierta libertad de movimientos siempre —eso sí— bajo el control directo e
indirecto de Israel que, a partir de entonces y —como había hecho siempre
Occidente— puso a funcionar su especial lavadora de palabras con la ayuda de
los medios de comunicación y de la universidad intentando convencer al mundo
entero de que una prisión al aire libre era no solo una gran idea sino también
la mejor solución del conflicto.
Los héroes, o más bien los
villanos de esta historia, fueron todos aquellos israelíes que perfeccionaron
los detalles de esta maquiavélica treta, pero también aquellos que a lo largo
de estos años la pusieron en práctica abusando, humillando y destruyendo las
vidas y los derechos de todo un pueblo y que fueron y siguen siendo esclavos de
una burocracia diabólica: como guardianes de esta enorme prisión la historia
los hará responsables de abusar, deshumanizar y destruir los derechos y las
vidas de los palestinos. Desde esta perspectiva el llamado Proceso de Paz,
iniciado en 1970 y finalizado en 1993 con los acuerdos de Oslo, sería otra de
las tantas falsedades puestas en funcionamiento por los interesados. Y son
falsedades porque están basadas en la asunción de que todo lo que se ve es
susceptible de dividirse, desde la tierra y el agua a la culpa o la historia.
Ha llegado pues el momento de
adoptar un nuevo lenguaje y decir las cosas como son: Israel es en realidad un
país colonialista y los palestinos un pueblo en lucha contra esa colonización.
Revindicar esa descolonización es ahora mucho más relevante y urgente que eso
que han dado en llamar “proceso de paz” y reconquistar el lenguaje y volver a
llamar a las cosas por su nombre la única forma de colaborar con la
reconciliación en beneficio de árabes e israelíes.
Ilan Pappe es profesor
del Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Exeter,
director del Centro Europeo de Estudios Palestinos y codirector del Centro de
Estudios Etno-Políticos (Exeter).
Traducción de Pilar Salamanca.
Traducción de Pilar Salamanca.