El alto precio de ser un policía leal a la
República en el Tetuán de 1936..
José Salmerón Céspedes, junto a su esposa Elena
José Salmerón Céspedes, jefe de policía de la ciudad de
Tetuán durante el verano del 36, se encuentra enterrado en una fosa común a las
puertas del cementerio de esta ciudad marroquí junto a cincuenta republicanos.
El historiador Francisco Sánchez Montoya recuerda cómo Salmerón “nacido en el
pueblo almeriense de Berja se trasladaría a la comisaría el mismo 17 de julio
para esperar instrucciones desde Madrid y detener así el golpe”.
La fecha es para muchos confusa. “Muchos historiadores
peninsulares hablan de que el golpe comenzó el 18 de julio cuando las tropas de
regulares se trasladaron a Sevilla”, apunta Montoya. La calurosa tarde del día
17 comenzarían ya los tiros y el movimiento de escuadras militares en Melilla,
llegando en pocas horas hasta la ciudad de Tetuán, donde se encontraba
Salmerón. “Cuando el 17 de julio comienza la sublevación, los militares ya
tenían una clara lista de quién tenía que ser liquidado. Éstas serían
confeccionadas mucho antes de aquella fecha”. Las sacas y detenciones llegarían
durante la madrugada del 17 al 18 de julio.
En pleno verano, al norte de África, Salmerón se
encontraba aquella tarde en el Café Teatro Español junto a su esposa Elena y
sus hijos. Montoya relata que “en mitad de la proyección, al tener conocimiento
de la sublevación se llevó a la familia a casa, y con rapidez se marchó a
comisaría. Besó a su mujer e hijas y les dijo: “No preocuparos, en unas horas
estoy de vuelta”. Pero ya nunca más regresó. A medida que pasaban los días
Elena buscaría el rastro de su marido. Una pista o un dato que le permitiera
dar con él. Los falangistas solo le dijeron mentiras, como que había sido
trasladado a una cárcel de Melilla en la que nunca logró encontrar ni una sola
huella.
Rubén Benedicto Salmerón, nieto del protagonista, relata
cómo comenzó su búsqueda sobre la historia de su abuelo, hace ya cinco años.
“Mi madre, Guadalupe, era la hija menor y apenas tenía recuerdo nítidos de toda
la historia”. Días más tarde de la detención de su marido, Elena se marcha con
sus hijos a casa de su hermano en Melilla. Allí comenzaría una nueva vida.
Vestida de negro, sin apenas emitir una sonrisa como costurera en una ciudad
completamente desconocida.
“EL ABUELO NO HABÍA MUERTO, LO HABÍAN MATADO”
Rubén pudo conocer, gracias a la iniciativa Todos los
Nombres, los datos del expediente de su abuelo. “José Salmerón Céspedes fue
fusilado junto otros cincuenta republicanos en el Campo de concentración El
Mogote, en Tetuán el 20 de agosto de 1936”.
Una investigación posterior del Foro por la Memoria de
Huelva le permitió dar con un testimonio de un anciano que había vivido la
matanza de aquel día. Rubén recuerda que podría conocer con detalle que “el día
de la matanza del 20 de agosto eliminan a 36 personas. Fue un fusilamiento
ejemplarizante y los pasearon por todo el centro de Tetuán antes de subirlos por
una cuesta donde se ubica el cementerio”. La fosa se encuentra actualmente
situada en un rincón de la parte civil del cementerio marroquí de Tetuán. Una
lápida financiada por el consulado español recuerda en mármol blanco el nombre
de las víctimas.
La sublevación en Tetúan llevó a un importante número de
detenciones. La casa del pueblo, en pleno centro, albergaba a más de
trescientas personas recluidas. La otra zona de hacinamiento sería el campo de
concentración de Mogote, en Tetuán. “Crean el campo a la salida de la ciudad al
lado de las ruinas romanas. Montan una serie de tiendas de campaña. Los presos
estuvieron obligados a hacer trabajos forzados construyendo la carretera que va
de Tetuán a Chaouen. Los republicanos serían vigilados por la policía indígena
marroquí sin agua y con una sola letrina”. José Salmerón escribiría cartas a un
amigo para saber el paradero de su mujer Elena y sus hijos. Sin embargo, la
incertidumbre de aquellos días no permitió que la familia pudiera volver a
reencontrarse por última vez.
FINGÍAN NO CONOCERLA
El ‘yayo José’, como Rubén lo ha conocido toda su vida,
ya es parte viva de la historia de los Salmerón. “Solo sabíamos que había
muerto en la guerra, y gracias a la documentación y tirar de pequeños hilos
hemos logrado componer toda la historia”. El historiador Francisco Montoya
recuerda en su investigación el duro trance que tuvo que vivir la familia
Salmerón para salir adelante durante la posguerra. “Antiguos amigos, gente a
las que Salmerón había ayudado, le negaban ahora el saludo a Elena, fingían no
conocerla o la miraban con desdén. Eran gentes que habían sacado provecho del
golpe”.
Guadalupe Salmerón, madre de Rubén, recuerda aún con
nitidez la figura de su madre al regresar de nuevo a su casa tras uno de
aquellos incidentes. Montoya apunta que “Elena estalló en llanto de pura
impotencia: “Si tu padre hubiera vivido, ese sinvergüenza no hubiera actuado
así”.
Nunca encontrarían a su padre en la cárcel de Melilla,
pero decidieron quedarse en una casa alquilada en la ciudad para no tener que
volver nunca más a Tetuán. Por las noches, Guadalupe recuerda cómo los vecinos
venían a la casa a escuchar la radio, una emisora que estaba prohibida y la
dura imagen de una madre de luto toda su vida por el asesinato de su marido, al
que nunca logró encontrar.
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