domingo, 27 de septiembre de 2015

Aquel otro 27 de septiembre Walter Benjamin

Fue en la mañana del día 27 cuando el cuerpo sin vida de 
Walter Benjamin fue descubierto en una habitación del hostal Francia



Walter Benjamin

En realidad no sabemos si ocurrió en la noche del jueves 26 o en la madrugada del viernes 27 de septiembre de 1940. Lo que sabemos es que fue en la mañana del día 27 cuando el cuerpo sin vida de Walter Benjamin fue descubierto en una habitación del hostal Francia del pueblo gerundense de Portbou. Allí se había recogido la noche anterior, tras cruzar la frontera española sin permiso del gobierno de Vichy, por lo que se le hizo saber que no se le permitía la entrada que sería devuelto al país donde lo aguardaba la Gestapo con las peores intenciones.

Walter Benjamin era uno de los mejores, acaso el más lúcido de los alemanes de su tiempo. Sin embargo, para aquellos que lo esperaban en Francia, no era ni siquiera digno de hacerse llamar alemán. Los méritos que a ojos de sus enemigos había hecho para verse despojado de esa condición eran múltiples: desde su estirpe judía hasta sus veleidades marxistas, aunque éstas las ejerciera desde una posición personal y heterodoxa. De hecho, quizá este rasgo de carácter, su individualismo, era el que más repugnaba a quienes de haberlo capturado lo habrían expedido a un campo de exterminio. Merced a esa insobornable lealtad a sí mismo había roto con su maestro Wyneken en los días de la Gran Guerra, a raíz de la exhortación que su antaño admirado guía hiciera a la juventud alemana para alistarse y alimentar la picadora de carne a mayor gloria de una concepción de la patria superior a la dignidad de cada persona. Bajo esa misma premisa, había osado mofarse de aquel histrión austriaco que supeditaba a todos los alemanes a la grandeza de un Reich eterno e irrefutable, del que se creía profeta y conductor.
Mala época escogió Benjamin para postular la inexistencia tanto de conocimientos verdaderos como de verdades conocidas. Malos tiempos, también, para escribir y creer, y defender donde fuera preciso, que no hay dogmas ciertos, sino interpretaciones; que cada uno era libre y soberano para intentar la suya, desde su vivencia y su circunstancia; y que sólo los auténticos artistas (no los estadistas pomposos, ni tampoco los iluminados redentores de pueblos) eran capaces con el fruto personal de su arte de preservar contra el tiempo pedazos preciosos de la verdad.
Dicen que Walter Benjamin tomó aquella noche la decisión de quitarse la vida, antes de que las autoridades españolas (caiga sobre nosotros esa vergüenza ilimitada) le entregaran a los hombres bestiales y alienados que odiaban ciegamente todo lo que él representaba: el coraje de pensar por uno mismo, de no dejarse arrastrar por el rebaño, de aceptar la soledad de quienes sirven a la trémula verdad antes que la aturdida compañía en que a menudo se juntan quienes se entregan a una mistificación que se pretende incuestionable y más grande que ellos.
Vengo en su homenaje a Portbou en la tarde del sábado 26 de septiembre de 2015, víspera del domingo en que, además de celebrarse un enrarecido plebiscito sobre una realidad nacional supuestamente irrealizada e inexorable, se cumplen 75 años del día en que lo hallaron en aquella habitación, abrazado a la maleta donde llevaba sus últimos escritos, hoy perdidos. Agasajado por la luz, el cielo azul y el mar en calma de este hermoso pueblecito mediterráneo, catalán y (todavía hoy) español, me acerco a visitar el cementerio donde reposan sus huesos (revueltos con muchos otros, en la fosa común). Este lugar donde al final, porque así de caprichosos son los caminos del destino, el judío perseguido encontró la paz, la memoria y la gratitud de quienes, alentados por sus palabras imperecederas, venimos a rendirle tributo y a contarle que su recuerdo y su obra sobreviven a la miseria moral, la crueldad y la sinrazón de sus verdugos.
Ojalá se le leyera más. Su pensamiento ilumina, en tiempos que vuelven a ser (ay) de intransigencia, fiebre y fractura.
http://www.elmundo.es/cultura/2015/09/27/56072416ca4741c0658b4586.html

miércoles, 23 de septiembre de 2015

¿Existe una élite hispanohablante en Marruecos? Rosa de Madariaga


http://www.marruecosdigital.net/existe-una-elite-hispanohablante-en-marruecos/

Rosa de Madariaga


01 oct 2007

Después de 44 años de Protectorado y más de 50 de independencia cabe preguntarse si existe hoy en la zona Norte una élite marroquí hispanohablante, como existe una élite francófona en la ex zona francesa. Es éste un tema de gran interés y que viene a cuento evocar tras la polémica suscitada por un artículo del hispanista marroquí Dris Jebrouni, aparecido hace unos meses en Marruecosdigital.net, pero que ya había salido publicado hace casi diez años en el diario en español de Casablanca La Mañana (marzo de 1997), y significativamente titulado “La falacia de la literatura marroquí en castellano”. La crítica del libro La antología de la literatura marroquí en castellano, de Mohamed Chakor y Sergio Macías, publicado en 1995, sirve a Jebrouni para exponer sus ideas al respecto.
Tiene razón Jebrouni cuando dice que una cosa es el hispanismo y otra la creación literaria, que no se pueden meter en el mismo saco ni confundirse. Son numerosos los hispanistas marroquíes en diversos campos como el de la historia y, sobre todo la crítica literaria, generalmente profesores en los departamentos de estudios hispánicos de las universidades marroquíes, que han realizado trabajos académicos, algunos meritorios, en sus respectivas disciplinas. Un hispanista ha de poseer, por supuesto, un buen conocimiento del castellano, dado que el material que maneja está en dicho idioma, pero no se le exige que escriba en éste el fruto de sus estudios o investigaciones. De hecho, los hispanistas franceses, ingleses o alemanes han escrito siempre sus trabajos en sus idiomas respectivos, y, si alguna vez lo hacen en castellano, éste no tiene por qué ser ni mucho menos perfecto.
Una vez aclarado este punto, queda el de la literatura marroquí en castellano, lo que ya es harina de otro costal. En efecto, entramos aquí en un terreno, el de la creación literaria, muy diferente del anterior. Se trata en este caso de poder expresar sentimientos o emociones, describir situaciones o personajes, narrar acciones, en un lenguaje bello y elegante, todo lo cual exige poseer un perfecto dominio del idioma. La producción literaria de un escritor marroquí que se exprese en castellano no ha de ser juzgada, en cuanto a la calidad, con un criterio distinto del que se emplearía con la de uno que fuese español. Sería absolutamente inadmisible que la obra del primero se valorase con los mismos ojos indulgentes y benévolos con los que miraríamos la composición juvenil de un poemilla de fin de curso de un alumno aventajado de la ESO o de bachillerato. Ello equivaldría a caer en un paternalismo heredero del más añejo colonialismo. Es como si nos dijéramos: “No está tan mal para ser de un marroquí. Tiene mucho mérito”.
Lamentablemente, de acuerdo con los criterios expuestos, no creemos que se pueda hablar propiamente de una literatura marroquí en castellano. Como dice Jebrouni, con el que coincido, para poder hablar de esa literatura sería necesario disponer de una acumulación de textos suficiente para hacerla significativa. Sin ser ni mucho menos mi intención quitar méritos a los que han conseguido cierta calidad en sus escritos, la realidad es que la mayoría de los que se denominan escritores marroquíes en lengua castellana se ven obligados, como es bien sabido, a sufragar los gastos de edición de sus propios libros, que, además terminan las más de las veces por vender o regalar a sus amigos. No ha habido, salvo raras excepciones, ninguno que haya conseguido publicar en España, y menos en una de las grandes editoriales de prestigio. Sentimos tener que decirlo: no basta con poder expresarse con cierta soltura en castellano para creer que puede uno, así sin más, ponerse a escribirlo con igual desparpajo. Una cosa es la lengua hablada y otra la escrita. Muchos de los que se expresan en castellano con facilidad lo hacen en un español “para andar por casa”, como se dice vulgarmente, pero cometen en la lengua escrita faltas garrafales, no ya sólo en la construcción sintáctica, sino incluso en la ortografía. Se trata de un español aprendido “en la calle”, y no en la escuela desde la primaria. No hay razón para no exigirles lo mismo que se le exige a cualquier español que tenga vocación de escritor: rigor y calidad en el uso del idioma.
A diferencia de la zona Norte, en el antiguo Protectorado francés sí se constituyó una élite francófona, de la que forman parte escritores de renombre, algunos de los cuales como Tahar Benjelloun están en la mente de todos. No coincido con Jebrouni cuando, siguiendo a Abdallah Laroui, cuestiona la “marroquineidad” de la literatura marroquí en francés. La lengua no es más que un vehículo de expresión y el que Tahar Benjelloun se sirva del francés y no del árabe no me parece que menoscabe su percepción del universo marroquí ni su sensibilidad para reflejarlo. Se podrá argüir que Benjelloun es un producto cultural del colonialismo francés, como Salman Rushdie lo sería del británico. En resumidas cuentas, ambos serían escritores “aculturados”, ajenos a la cultura de sus países de origen. Pero ¿qué decir entonces de un escritor como Jorge Semprún? No cabe hablar en este caso de aculturación resultante de una situación colonial, sino sencillamente de la formación en otra lengua que la materna como lengua de cultura, por razones, tratándose de Semprún, del exilio de su familia en Francia después de la guerra civil española. ¿Dónde situar a Semprún, que, además de escribir en francés, también lo hace en español? ¿Dónde situar al argelino Rachid Boudjedra, premio en 1979 de la mejor novela en lengua francesa, y que desde 1982 escribe en árabe? ¿Puede acaso negársele su “argelinidad” cuando sólo escribía en francés?
Pero, para volver al caso de Marruecos, el fenómeno de la creación de una élite francófona se explica por la política llevada a cabo por Francia en su zona de Protectorado. Como me decía el historiador e hispanista marroquí Youssef Akmir, profesor en la Universidad de Agadir, las autoridades francesas del Protectorado se preocuparon por formar una élite marroquí, iniciada en el aprendizaje del francés desde la primaria, que proseguiría sus estudios secundarios en el Liceo Descartes o en Liceo Lyautey, para completar, luego, sus estudios en universidades francesas. Entre los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, los hijos de las grandes familias de la burguesía urbana que habían adquirido una selecta educación en los liceos franceses de Rabat, Fez y Casablanca se dirigieron a Francia, con lo que, en vísperas de la independencia, Marruecos disponía de un importante elenco de jóvenes con un altísimo nivel de instrucción que constituirían la clase dirigente del país después de 1956. La arabización de la enseñanza, sólo dos décadas más tarde, se hizo con muy poco acierto, de manera que las escuelas primarias e institutos de enseñanza secundaria de más prestigio siguieron siendo los que adoptaron el sistema educativo francés. Es un hecho que hoy día la clase gobernante marroquí es, en su mayoría, francófona, y que el francés predomina claramente en la prensa, la radio y la televisión marroquíes. Conviene asimismo tener presente que, aunque la lengua oficial en Marruecos es el árabe, el francés ocupa el segundo lugar en la administración, incluida la zona Norte, donde, al desaparecer las fronteras entre los dos Protectorados después de la independencia y unificarse los servicios administrativos en todo el territorio nacional, el francés se impuso también allí como segunda lengua.
¿Y las élites del Norte? Hay que decir que, a diferencia de Francia, España practicó una política que favorecía los estudios en árabe. Los hijos de los notables de Tetuán que estudiaban en España, sobre todo en la Universidad de Granada, seguían en general carreras como la de Farmacia u otras de carácter científico o técnico, mientras que para los estudios en el campo de las letras y las ciencias humanas, los jóvenes de la zona Norte se trasladaban tradicionalmente a El Cairo. La política proárabe de Franco fomentaba esta tendencia. La élite intelectual tetuaní de la época del Protectorado era fundamentalmente arabófona, aunque conociese el castellano. Cuando se produjo la independencia de Marruecos en 1956, en la zona Norte sólo un puñado de marroquíes lo conocía perfectamente.
A la pregunta de si hay una literatura marroquí de expresión española o de hasta qué punto existe una literatura poscolonial en español, Gonzalo Fernández Parrilla considera que cuestionarla no significa negar la existencia de escritores marroquíes que se expresen en español, sino de saber si se trata de un fenómeno que tiene trascendencia en el panorama cultural español o marroquí. Insistimos en que por literatura entendemos la creación literaria. Abundando en lo que hemos venido sosteniendo anteriormente, Fernández Parrilla cree “que no puede afirmarse que se haya producido una auténtica literatura poscolonial en español”. En mi opinión, que creo Fernández Parrilla comparte, toda auténtica literatura marroquí en castellano, que se desarrolle en el futuro, no será el producto de una herencia poscolonial, sino que nacerá, como algo nuevo y original, entre los hijos de la inmigración marroquí en España. Ellos serán en el futuro el vínculo humano y cultural más potente y enriquecedor entre las dos orillas.
María Rosa de Madariaga
Más información:
(30/09/07)
BIBLIOGRAFÍA
FERNÁNDEZ PARRILLA, Gonzalo, “Marruecos-España: unas incipientes relaciones culturales”, en Relaciones hispano-marroquíes: una vecindad en construcción, coordinadores Ana I. Planet y Fernando Ramos, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama (Madrid), 2005, pp. 381-402.

JEBROUNI, Dris, “La falacia de la literatura marroquí en castellano”, La Mañana (diario en español de Casablanca), abril de 1997, reeditado en Marruecosdigital.net.