http://www.marruecosdigital.net/existe-una-elite-hispanohablante-en-marruecos/
Rosa de
Madariaga
01 oct 2007
Después de 44 años de Protectorado y más de 50 de independencia cabe
preguntarse si existe hoy en la zona Norte una élite marroquí hispanohablante,
como existe una élite francófona en la ex zona francesa. Es éste un tema de
gran interés y que viene a cuento evocar tras la polémica suscitada por un
artículo del hispanista marroquí Dris Jebrouni, aparecido hace unos meses en
Marruecosdigital.net, pero que ya había salido publicado hace casi diez años en
el diario en español de Casablanca La Mañana (marzo de 1997), y
significativamente titulado “La falacia de la literatura marroquí en
castellano”. La crítica del libro La antología de la literatura marroquí en
castellano, de Mohamed Chakor y Sergio Macías, publicado en 1995, sirve a Jebrouni para exponer sus ideas al respecto.
Tiene razón Jebrouni cuando dice que una cosa es el hispanismo y otra la
creación literaria, que no se pueden meter en el mismo saco ni confundirse. Son
numerosos los hispanistas marroquíes en diversos campos como el de la historia
y, sobre todo la crítica literaria, generalmente profesores en los
departamentos de estudios hispánicos de las universidades marroquíes, que han
realizado trabajos académicos, algunos meritorios, en sus respectivas
disciplinas. Un hispanista ha de poseer, por supuesto, un buen conocimiento del
castellano, dado que el material que maneja está en dicho idioma, pero no se le
exige que escriba en éste el fruto de sus estudios o investigaciones. De hecho,
los hispanistas franceses, ingleses o alemanes han escrito siempre sus trabajos
en sus idiomas respectivos, y, si alguna vez lo hacen en castellano, éste no
tiene por qué ser ni mucho menos perfecto.
Una vez aclarado este punto, queda el de la literatura marroquí en
castellano, lo que ya es harina de otro costal. En efecto, entramos aquí en un
terreno, el de la creación literaria, muy diferente del anterior. Se trata en
este caso de poder expresar sentimientos o emociones, describir situaciones o
personajes, narrar acciones, en un lenguaje bello y elegante, todo lo cual exige
poseer un perfecto dominio del idioma. La producción literaria de un escritor
marroquí que se exprese en castellano no ha de ser juzgada, en cuanto a la
calidad, con un criterio distinto del que se emplearía con la de uno que fuese
español. Sería absolutamente inadmisible que la obra del primero se valorase
con los mismos ojos indulgentes y benévolos con los que miraríamos la
composición juvenil de un poemilla de fin de curso de un alumno aventajado de
la ESO o de bachillerato. Ello equivaldría a caer en un paternalismo heredero
del más añejo colonialismo. Es como si nos dijéramos: “No está tan mal para ser
de un marroquí. Tiene mucho mérito”.
Lamentablemente, de acuerdo con los criterios expuestos, no creemos que se
pueda hablar propiamente de una literatura marroquí en castellano. Como dice
Jebrouni, con el que coincido, para poder hablar de esa literatura sería
necesario disponer de una acumulación de textos suficiente para hacerla
significativa. Sin ser ni mucho menos mi intención quitar méritos a los que han
conseguido cierta calidad en sus escritos, la realidad es que la mayoría de los
que se denominan escritores marroquíes en lengua castellana se ven obligados,
como es bien sabido, a sufragar los gastos de edición de sus propios libros,
que, además terminan las más de las veces por vender o regalar a sus amigos. No
ha habido, salvo raras excepciones, ninguno que haya conseguido publicar en
España, y menos en una de las grandes editoriales de prestigio. Sentimos tener
que decirlo: no basta con poder expresarse con cierta soltura en castellano
para creer que puede uno, así sin más, ponerse a escribirlo con igual
desparpajo. Una cosa es la lengua hablada y otra la escrita. Muchos de los que
se expresan en castellano con facilidad lo hacen en un español “para andar por
casa”, como se dice vulgarmente, pero cometen en la lengua escrita faltas
garrafales, no ya sólo en la construcción sintáctica, sino incluso en la
ortografía. Se trata de un español aprendido “en la calle”, y no en la escuela
desde la primaria. No hay razón para no exigirles lo mismo que se le exige a
cualquier español que tenga vocación de escritor: rigor y calidad en el uso del
idioma.
A diferencia de la zona Norte, en el antiguo Protectorado francés sí se
constituyó una élite francófona, de la que forman parte escritores de renombre,
algunos de los cuales como Tahar Benjelloun están en la mente de todos. No
coincido con Jebrouni cuando, siguiendo a Abdallah Laroui, cuestiona la
“marroquineidad” de la literatura marroquí en francés. La lengua no es más que
un vehículo de expresión y el que Tahar Benjelloun se sirva del francés y no
del árabe no me parece que menoscabe su percepción del universo marroquí ni su
sensibilidad para reflejarlo. Se podrá argüir que Benjelloun es un producto
cultural del colonialismo francés, como Salman Rushdie lo sería del británico.
En resumidas cuentas, ambos serían escritores “aculturados”, ajenos a la
cultura de sus países de origen. Pero ¿qué decir entonces de un escritor como
Jorge Semprún? No cabe hablar en este caso de aculturación resultante de una
situación colonial, sino sencillamente de la formación en otra lengua que la
materna como lengua de cultura, por razones, tratándose de Semprún, del exilio
de su familia en Francia después de la guerra civil española. ¿Dónde situar a
Semprún, que, además de escribir en francés, también lo hace en español? ¿Dónde
situar al argelino Rachid Boudjedra, premio en 1979 de la mejor novela en
lengua francesa, y que desde 1982 escribe en árabe? ¿Puede acaso negársele su “argelinidad”
cuando sólo escribía en francés?
Pero, para volver al caso de Marruecos, el fenómeno de la creación de una
élite francófona se explica por la política llevada a cabo por Francia en su
zona de Protectorado. Como me decía el historiador e hispanista marroquí
Youssef Akmir, profesor en la Universidad de Agadir, las autoridades francesas
del Protectorado se preocuparon por formar una élite marroquí, iniciada en el
aprendizaje del francés desde la primaria, que proseguiría sus estudios
secundarios en el Liceo Descartes o en Liceo Lyautey, para completar, luego,
sus estudios en universidades francesas. Entre los años cuarenta y cincuenta
del pasado siglo, los hijos de las grandes familias de la burguesía urbana que
habían adquirido una selecta educación en los liceos franceses de Rabat, Fez y
Casablanca se dirigieron a Francia, con lo que, en vísperas de la
independencia, Marruecos disponía de un importante elenco de jóvenes con un
altísimo nivel de instrucción que constituirían la clase dirigente del país
después de 1956. La arabización de la enseñanza, sólo dos décadas más tarde, se
hizo con muy poco acierto, de manera que las escuelas primarias e institutos de
enseñanza secundaria de más prestigio siguieron siendo los que adoptaron el
sistema educativo francés. Es un hecho que hoy día la clase gobernante marroquí
es, en su mayoría, francófona, y que el francés predomina claramente en la
prensa, la radio y la televisión marroquíes. Conviene asimismo tener presente
que, aunque la lengua oficial en Marruecos es el árabe, el francés ocupa el
segundo lugar en la administración, incluida la zona Norte, donde, al
desaparecer las fronteras entre los dos Protectorados después de la
independencia y unificarse los servicios administrativos en todo el territorio
nacional, el francés se impuso también allí como segunda lengua.
¿Y las élites del Norte? Hay que decir que, a diferencia de Francia, España
practicó una política que favorecía los estudios en árabe. Los hijos de los
notables de Tetuán que estudiaban en España, sobre todo en la Universidad de
Granada, seguían en general carreras como la de Farmacia u otras de carácter
científico o técnico, mientras que para los estudios en el campo de las letras
y las ciencias humanas, los jóvenes de la zona Norte se trasladaban
tradicionalmente a El Cairo. La política proárabe de Franco fomentaba esta
tendencia. La élite intelectual tetuaní de la época del Protectorado era
fundamentalmente arabófona, aunque conociese el castellano. Cuando se produjo
la independencia de Marruecos en 1956, en la zona Norte sólo un puñado de
marroquíes lo conocía perfectamente.
A la pregunta de si hay una literatura marroquí de expresión española o de
hasta qué punto existe una literatura poscolonial en español, Gonzalo Fernández
Parrilla considera que cuestionarla no significa negar la existencia de
escritores marroquíes que se expresen en español, sino de saber si se trata de
un fenómeno que tiene trascendencia en el panorama cultural español o marroquí.
Insistimos en que por literatura entendemos la creación literaria. Abundando en
lo que hemos venido sosteniendo anteriormente, Fernández Parrilla cree “que no
puede afirmarse que se haya producido una auténtica literatura poscolonial en
español”. En mi opinión, que creo Fernández Parrilla comparte, toda auténtica
literatura marroquí en castellano, que se desarrolle en el futuro, no será el
producto de una herencia poscolonial, sino que nacerá, como algo nuevo y
original, entre los hijos de la inmigración marroquí en España. Ellos serán en
el futuro el vínculo humano y cultural más potente y enriquecedor entre las dos
orillas.
María Rosa de Madariaga
Más información:
(30/09/07)
BIBLIOGRAFÍA
FERNÁNDEZ PARRILLA,
Gonzalo, “Marruecos-España: unas incipientes relaciones culturales”, en
Relaciones hispano-marroquíes: una vecindad en construcción, coordinadores Ana
I. Planet y Fernando Ramos, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo,
Guadarrama (Madrid), 2005, pp. 381-402.
JEBROUNI, Dris, “La
falacia de la literatura marroquí en castellano”, La Mañana (diario en español
de Casablanca), abril de 1997, reeditado en Marruecosdigital.net.